viernes, 31 de agosto de 2012

Cantata BWV 169, Bach



Según el premio Nobel Albert Schweitzer, el más influyente de los biógrafos de Bach, el maestro siempre que pudo eligió los otoños para salir de viaje, siempre a no más allá de unas pocas leguas (Halle, Dresde,…) y que normalmente aprovechaba para conocer músicos, afinar órganos o brindar recitales para los que era requerido tan pronto como se conocía su presencia en su lugar de destino. Esta costumbre la mantuvo en sus años de Leipzig a partir de que comenzó a controlar a aquel concejo de retrógrados de cuyo puño y letra nunca salió en toda la vida de su cantor una sola frase de felicitación o

agradecimiento.

Y no era que verdaderamente no necesitara descansos periódicos el maestro. Recojo de Eric Siblin un resumen que incluye en su monografía sobre las suites para violonchelo (2010-Turner Música): “Entre las competencias de su nuevo puesto [en Leipzig] estaba la de impartir lecciones de música y otras materias a los alumnos de último curso de la Thomaschule, dirigir los coros cada dos domingos en cada una de las dos iglesias de laciudad, así como hacerse cargo de los instrumentos y de todo el material relacionado con las actuaciones musicales. También estaba obligado a dirigir la música en bodas y en funerales tarea por la que aceptaba de muy buen grado que se le pagara aparte.” El propio Schweitzer en su “Bach, el músico poeta” (1904/1955-Ricordi Buenos Aires) describe: “Al leer las actas de las deliberaciones que precedieron a su nombramiento no se puede evitar una sonrisa. Un hombre de su valor estaba imposibilitado de salir de la ciudad sin el permiso del burgomaestre-regente de Leipzig; debía asistir a las procesiones fúnebres y caminar al lado de los coristas de la Thomaskirche que eran los encargados de cantar el coral o el motete. Además se le encomendaba ‘arreglar la música de los oficios de la iglesia de modo que sea corta y no se asemeje a las óperas’”. Y más adelante: “La tarea diaria no era demasiado absorbente. Bach daba todos los días, excepto el jueves, una lección de canto entre las doce y las trece horas. El sábado por la tarde ensayaba la cantata del domingo, (añado yo, Perea, que esa cantata la había ido componiendo precisamente esos jueves en los que no daba clase) día en que dirigía los coros ya en Santo Tomás, ya en San Nicolás”. Y finaliza el biógrafo: “Esto era todo y el compositor aprovechaba los abundantes ocios del profesor”. Esto es lo que le pasa a uno cuando tiene como biógrafo a un hiperactivo cuasi patológico como el médico, filósofo, organista, musicólogo y teólogo, entre otras cosas, Albert Schweitzer.

Por eso hay que comprender que Bach en 1726 reutilizase materiales de trabajos suyos anteriores para componer la cantata del domingo de hoy, decimoctavo después de la Trinidad, a la que el BWV adjudica el número de cantata 169, “Gott soll allein mein Herze haben” (“Sólo Dios tendrá mi corazón”). Más concretamente, el maestro inicia la cantata con una sinfonía, es decir, un movimiento sin cantores, que reproduce casi exactamente su concierto para clave en Mi mayor BWV 1053, sustituyendo el clave solista por un órgano obligado. Citas textuales de ese concierto aparecen también en otros fragmentos a lo largo del resto de la cantata.

Sea cual sea su origen, a mí me parece extraordinariamente bella esa sinfonía, y por eso la he elegido como ilustración para mi entrada de hoy. En el vídeo escuchamos al conjunto radicado en Atlanta (Georgia, USA) New Trinity Baroque, unos magníficos especialistas, bajo la dirección de su fundador y director (al que podemos ver medio escondido detrás de un tabique tecleando el clave del continuo), el serbio Predrag Gosta. El órgano solista corre a cargo de Brad Hughley.



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