viernes, 31 de agosto de 2012

Crónicas de Viena San Wolfgang y San Gielgen




No es cuestión de santoral. Me refiero a dos lugares que he conocido camino de Salzburgo (la ciudad de la sal), con las expectativas muy altas en busca de contenidos gratificantes en la ciudad natal de Mozart. San Wolfgang, con una parroquia que lleva el nombre de este obispo de Ratisbona, porque de este santo recibió Mozart el nombre en su bautismo, con un significado nada alentador: “que camina como el lobo”, aunque con encanto benedictino se diga en palabras puestas en boca del santo que “solo corría detrás de las ovejas para alimentarlas, no para matarlas” [sic], y San Gielgen, ciudad natal de la madre de Mozart, que pude visitar de forma más detallada, donde se venera a San Egidio.

He comprendido mejor que nunca por qué se le agregó Amadeus a su primer nombre de pila, como sano equilibrio ante un nombre inquietante en sí mismo y no por la popularidad del santo, del que el actual Papa ha llegado a decir que “San Wolfgang vivió en el llamado saeculum obscurum, siglo de oscuridad. El Papado, en Roma, estaba a merced de la nobleza romana, en un tiempo de anarquía originada por las invasiones de los bárbaros. En Alemania, los obispos eran, a su vez, príncipes territoriales, y muchas veces actuaban como tales, sin que apareciera la humildad característica del oficio sacerdotal. Ante tales circunstancias parecía que la Iglesia estaba a punto de derrumbarse definitivamente. Pero Dios iba a probar que no la había dejado de su mano. Por entonces aparece la renovación benedictina en las dos grandes abadías de Cluny y Gorze, en Borgoña y Lotaringia. San Wolfgang fue uno de los mayores artífices de esa reforma. La clave fue la Regla de San Benito. Su secreto fue trasladar el Evangelio a una regla de vida que permitiese practicarlo en el quehacer de cada día. Las dos ideas centrales son las siguientes: 1) Nihil amori Christi praeponere y, 2) la conversatio morum. “Lo primero significa no anteponer una carrera profesional, el éxito, el poder, el dinero o el favor de los magnates, sino poner el corazón en los humildes, y ejercer la justicia y la bondad en el vivir de cada día. La tradición ha condensado lo segundo en tres ideas: pobreza, castidad y obediencia, o, lo que viene a ser lo mismo, libertad frente a sí mismo, limpieza de corazón, y probidad” . Nuestro tiempo adolece de una carencia terrible de la conversatio morum (cambiar de vida). Las ideologías nos han prometido en vano un nuevo tipo de hombre que ha resultado ser soberbio, mentiroso, corrupto, jactancioso, amante del éxito, intolerante, revoltoso e insumiso. Sólo de Jesús nos viene el verdadero ideal humano. “Como hombre de Jesucristo, San Wolfgang nos invita a que, viviendo conforme a ese modelo de pureza y disciplina interior, nos convirtamos a la justicia, la bondad y la honradez”.

No sé si Leopoldo Mozart le contaría la verdadera historia de San Wolgang a su hijo, pero conociendo un poco al maestro no es probable que le entusiasmara seguir sus pasos. Comprendo mejor que nunca que solo utilizara el nombre al revés de Mozart, en un guiño a la rectitud de la época a todos los niveles, por improbable que debía ser dar la vuelta al nombre del santo, también en todos los sentidos, con permiso de Ratzinger de Ratisbona.

Cuando entré en la región de los lagos, maravillosa expresión de la naturaleza demostrada en setenta ocasiones, estaba dando vueltas en mi cerebro a la experiencia del campo de concentración de Mauthausen, muy cerca de la ciudad de Linz que solo pude visualizarla desde una panorámica distante por la carretera de circunvalación por la que nos dirigíamos a Salzburgo. Martín, el guía-conductor de 21 años, explicó el amor que tenía Hitler a Linz y el silencio fue total. El recorrido por Gmunden, a pie del Traunsee, Altmünster, Ebensee y Bad Ischl, nos condujo a San Wolfgang y San Gielgen, como enclaves que pesan mucho en la historia del compositor. Sobre todo esta última, por ser el pueblo donde nació la madre de Mozart y donde todo está montado en torno a su familia. Allí nos detuvimos el tiempo suficiente para hacer las fotografías de rigor, eso sí, en ausencia de Mozart.

Y llegamos a Salzburgo, con lluvia suficiente como para recorrer esta preciosa ciudad con las dificultades propias de un tiempo diseñado por el enemigo. El objetivo era conocer el lugar en el que nació el maestro. Previamente, visitamos la catedral de San Ruperto y San Virgilio, atravesamos “tanquam felis per prunas” (como gato por ascuas) el cementerio de St. Peter’s, donde se rodaron las dramáticas escenas de la huida en la película “Sonrisas y Lágrimas”, y antes de abandonar el puente sobre el río Salzach, recorrimos la casa natal de Mozart en un espectáculo lamentable de turismo rancio. Era imposible detenerse en cuadros, leyendas y patios. Todo era un río incesante de personas que no veían a Mozart por ninguna parte.







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